
Me gusta verte ahí sentado, en esa silla, con esa mirada que penetra en mis ojos y tu cuerpo desnudo resbalándose por mi mente. Tus brazos sobre el suelo y mis piernas por el techo. Somos remolino y viento confuso a las afueras de esta ciudad. Creo que las tardes invernales se nos consumieron como cuando fumabas por la ventana y la nieve llegaba a nuestras clavículas…la nieve, esa nieve que nos hacía temblar. Cogiste mis manos y me lanzaste por tu columna vertebral, cual niña que juega por los toboganes de tu parque.